sábado, 5 de septiembre de 2015

Y los libros clásicos... ¿Qué?


 Hoy en día  algunas palabras parecen tan desgastadas por la retórica habitual que resulta bastante difícil emplearlas con un significado escueto y preciso. Así ocurre, pienso, cuando hablamos de las Humanidades, del Humanismo, o de textos clásicos.

Si bien todo el mundo parece estar en principio a favor del valor formativo de los estudios humanísticos, son en realidad muchos menos, me parece, quienes creen y confían, con motivos claros, en su función en la educación postmoderna y en esta sociedad de hoy.
En todo caso, la defensa de las Humanidades es un tema demasiado amplio para plantearlo aquí de entrada.
Intentemos, de momento, a partir de favorables presupuestos, sugerir una reflexión actual sobre una cierta idea de la educación, basada en la conexión fundamental entre formación humanista y lectura de ciertos textos considerados como valiosos en el mundo. 

Podemos comenzar, pues, por un dato fundamentado: el prestigio y la pervivencia de los autores y libros llamados clásicos que aparecen como el eje y la sustancia de las Humanidades tradicionales,es en esos textos clásicos donde se configura el camino que permite el mejor acceso a la gran tradición humanista de la cultura occidental, cuyo legado perdura mediante la práctica repetida de lecturas y comentarios.

El arte de leer y reinterpretar desde nuestra perspectiva esas palabras de larga memoria sigue siendo todavía el más sólido e ineludible fundamento de la esencial formación humanística.

Pero es una educación que, sin embargo, en el contexto de la sociedad actual, sociedad de consumo y de orientación tecnológica está muy marginada y amenazada por presiones utilitarias, por varias urgencias sociales y modas pedagógicas. Más en la práctica que en la teoría.

De tal modo que las enseñanzas de Humanidades, en un tiempo prestigiosas, edificadas sobre la reflexión y el rencuentro con los textos clásicos, modelos ilustres y un tanto antiguos, estén desde hace tiempo en una honda crisis. Tal vez se nota más en nuestras aulas, pero no se trata sólo de un fenómeno escolar, evidentemente.
Se trata de una crisis que afecta muy de lleno a la lectura como fundamento educativo, por un lado, y afecta también a nuestra relación con el pasado,al parecer, es el pasado mismo quien necesita recobrar su prestigio para el presente.

Es un fenómeno social y cultural de larga repercusión, una crisis que se ha comentado repetidamente y desde tribunas y ópticas diversas, muy unido a la cultura de masas y de medios de información orientados a promover un consumo rápido y mercantil.


Son “clásicos” en el sentido más propio de la palabra, lo más valioso de un legado cultural milenario, núcleo básico de nuestra cultura. Más allá de los referentes culturales de cada país, de sus “clásicos nacionales”, se encuentran estos modelos que siempre han tenido vigencia y que aún tienen mucho que ofrecernos.
Siendo la literatura la vía natural de transmisión de estos mitos, es posible seguir el hilo que nos lleva desde esas narraciones maravillosas en textos arcaicos, griegos y latinos, hasta la literatura moderna, a través de su influencia en los diversos géneros literarios a lo largo de la historia de las ideas.

Clásico es aquel libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término”.

Un libro clásico, podemos decir parafraseando a Borges, es un libro leído con un especial respeto, con una veneración y atención especial, es un texto que nos resulta enormemente sugestivo, un texto  que invita a nuevas relecturas.
"Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir".
Acaso ahí reside el misterioso atractivo fundamental de esos textos: en su inagotable capacidad de sugerencias. Invitan a un diálogo renovado. Siempre se puede encontrar en ellos algo nuevo, sugerente y aleccionador.
Frente a tantos y tantos libros sólo entretenidos, ingeniosos, eruditos, o muy doctos, pero de un sólo encuentro, frente a tantos papeles de usar y tirar, como la prensa periódica y los folletos informativos, los textos literarios se definen por admitir más de una apasionada lectura. Y, entre éstos, los clásicos son los que admiten e invitan a relecturas incontables.
Son esos textos a los que uno puede una y otra vez volver con confianza y alegría, como uno retoma la charla con viejos amigos, porque conservan siempre algo más para decirnos y algo que vale la pena rescatar en nuevas relecturas. 
Tienen la virtud de suscitar en el lector íntimos ecos; es como si nos ofrecieran la posibilidad de un diálogo infinito. Por eso, pensamos, perduran en el fervor de tantos y tan distintos lectores. 
Son insondables, inagotables, y en eso se parecen a los mitos más fascinantes, en mostrarse abiertos a nuestras preguntas y reinterpretaciones.


Por si es estaban con el pendiente.
Saludos!
Sonny 
:)



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